Hay cosas que hacemos cada día sin pensar en las repercusiones que tiene.  El que se toma un café de comercio justo por la mañana está colaborando con productores y productoras del Sur, mientras él saborea un excelente café de calidad. Son esas pequeñas cosas que no representan un cambio en nuestros hábitos, sino más bien en nuestro consumo, y que tienen un impacto positivo en el mundo.

El algodón es un claro ejemplo de un producto que usamos a diario. La mayoría de las personas que fabrican nuestra ropa sufren condiciones indignas. En gran parte de trata de mujeres. Son ellas las que forman el gran grueso de mano de obra explotada, a través de diferentes procesos de feminización del trabajo y de la pobreza. Este hecho repercute en su salud y en la de sus hijos o sus hijas. Trabajan un gran número de horas, muchas en horario extra y obligatorio, a cambio de sueldos muy bajos, que desencadenan en problemas de nutrición y cansancio. Las prácticas y los ambientes de trabajo suelen ser insalubres e inadecuados.

Con el  Comercio Justo el consumidor garantiza que esa ropa está hecha bajo el cumplimiento de los Derechos Humanos, respetando el medio ambiente y la justicia social. Muchas personas se han sumado a este movimiento y lo siguen haciendo.  Cada vez  hay más iniciativas comprometidas con este sistema comercial alternativo y solidario. Por ejemplo, si tienes la oportunidad de ir a ver un concierto de Bon Iver, y te apetece comprarte una camiseta de merchandising, comprobarás que es de Comercio Justo.

Tú también puedes colaborar en cambiar las realidades injustas. Haz las camisetas de tu entidad, tu club de fútbol, o tu escuela de Comercio Justo y únete al movimiento.

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