Artículo publicado en Corresponsables el 22 diciembre 2017
A día de hoy, 836 millones de personas viven en la pobreza extrema, es decir, el 12% de los habitantes del planeta sufren malnutrición y no tienen acceso a agua potable, vivienda o a necesidades esenciales como la educación o la sanidad. Por otro lado, la desigualdad se ha disparado en las últimas décadas. Un estudio de Oxfam concluye que ocho hombres poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial, 3600 millones de personas. Ante estos datos que desgraciadamente se vienen repitiendo desde hace décadas, parece que nos hemos inmunizado, que nos hemos acostumbrado a ello y lo vemos como una especie de lacra que no va a cambiar nunca. Sin embargo, precisamente porque sigue existiendo, es más necesario que nunca tomar medidas que de una vez por todas acaben con esta injusta realidad.
Este es precisamente el punto de partida que ha propiciado la redacción de los denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible, firmados en 2015 por 193 líderes mundiales en la Asamblea General de Naciones Unidas. Se trata de 17 objetivos, cada uno de los cuales incluye una serie de metas concretas, que deben ser cumplidos antes de 2030. El fin último de esta declaración es acabar con la pobreza, garantizar que todas las personas gocen de paz y prosperidad y proteger el medioambiente.
El Comercio Justo, que nació en los años 60 y hoy constituye un movimiento internacional y una alternativa comercial presente en más de 70 países en todo el mundo, contribuye de manera decisiva al avance de esta nueva Agenda de desarrollo marcada por Naciones Unidas, y comparte con ella no solo su finalidad sino también su perspectiva integral.
Tanto el Comercio Justo como los Objetivos de Desarrollo Sostenible se basan en el planteamiento de que el desarrollo no consiste solo en el crecimiento económico sino que abarca todos los aspectos humanos, personales, sociales y ecológicos. Para lograrlo y disminuir las escandalosas cifras de pobreza y desigualdad, ambos establecen que es necesario superar algunas realidades y trabajar en diversas líneas estratégicas.
En primer lugar, el trabajo es una de las principales herramientas para superar la pobreza pero ha de ser un trabajo digno. En realidad casi un tercio de las personas que sufren la pobreza extrema y moderada tienen un empleo, pero se trata de empleos vulnerables con remuneraciones escasas e inestables. De ahí que Naciones Unidas concluya que el trabajo decente es una condición necesaria para erradicar la pobreza.
Por su parte, el Comercio Justo, entre los 10 principios que constituyen su Carta Internacional establece varios de ellos referidos al trabajo decente, como el pago de un precio justo, establecer prácticas comerciales justas, asegurar condiciones de trabajo adecuadas o favorecer las capacidades de los trabajadores y trabajadoras.
Un aspecto particularmente grave referido al ámbito laboral es la explotación infantil que afecta al 11% de los niños y niñas, esto es, 168 millones de menores trabajan y la mitad lo hacen en tareas que ponen en peligro su integridad física. El Comercio Justo garantiza a través de otro de sus principios que ningún menor realice tareas que afecten a su desarrollo físico, mental o social. Este aspecto también aparece recogido en la Agenda 2030.
Por otro lado, Naciones Unidas establece que no se logrará superar la pobreza mientras la desigualdad de género siga existiendo. En todas las regiones, ellas registran un índice de Desarrollo Humano más bajo que ellos. Solo daremos un dato pero muy significativo de esta realidad: en todo el mundo las trabajadoras ganan un 24% menos que los trabajadores y solo ocupan el 25% de los cargos directivos en empresas. El Comercio Justo señala en otro de sus principios fundamentales su compromiso con la equidad de género, estableciendo la igualdad de salario entre trabajadores y trabajadoras por las mismas tareas. Pero además se fomenta la presencia de mujeres en los órganos de dirección y en la toma de decisiones en las organizaciones productoras.
Por último, la Agenda 2030 parte de la idea de que el desarrollo debe estar necesariamente vinculado a frenar el cambio climático y a la protección del medio ambiente. De hecho, tres cuartas partes de las personas que viven en la pobreza se ven directamente afectadas por la degradación de la tierra. Cada año se pierden 12 millones de hectáreas como consecuencia de la sequía y la desertificación en las que podrían cultivarse 20 millones de toneladas de cereales. Éste también es un principio fundamental del Comercio Justo que señala diversas medidas que deben cumplir las organizaciones productoras para proteger el entorno natural.
Otro de los aspectos que comparten los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Comercio Justo es la necesidad de trabajar de manera conjunta desde distintos sectores sociales, políticos y ciudadanos, creando así una alianza global, un trabajo en red que rompa el círculo vicioso que consolida la pobreza. Desde el movimiento del Comercio Justo sabemos que este círculo puede y debe romperse. Por ello vemos como una oportunidad esta declaración de Naciones Unidas. Una oportunidad que marca una agenda posible para reducir la pobreza y la desigualdad. Avanzar hacia ello depende, en definitiva, de la voluntad de todos y todas.