Artículo publicado el 26 noviembre 2021 en el blog Alterconsumismo, de El País.

Por Alberto Abad Adelarpe (presidente de CECJ)

Llega el final de noviembre y los mensajes para que consumamos de manera impulsiva lo invaden todo. Desde hace unos años, el Black Friday ha adelantado el inicio de la campaña de Navidad. Y este año, no iba a ser diferente (más bien, lo contrario…).

Ante este consumismo que nos incita a comprar sin pensar, y en estos tiempos de pandemia, las organizaciones de Comercio Justo proponemos una alternativa: la del encuentro, la cercanía, la proximidad. Planteamos (o más bien, recordamos) la importancia de quedarnos en nuestro barrio y cuidar cada compra que hagamos. Y ahí, en ese tienda de barrio, de proximidad y de los cuidados, están las de Comercio Justo. Establecimientos que, como sector en nuestro país, en 2019 aumentaron ligeramente sus ventas, pero que en este 2020, al igual que el resto del pequeño comercio y la economía en general, viven la incertidumbre ante la covid-19 y las crisis que ha desatado.

El Comercio Justo en nuestro país se encuentra en un momento de paradojas. Por un lado, el año pasado las ventas globales se dispararon y superaron los 138 millones de euros. Sin embargo, a pesar de este crecimiento, su presencia en la cesta de la compra habitual sigue siendo minoritaria. Según estos datos, cada persona en España gastó 2,92 euros en productos de Comercio Justo durante el año 2019. Una cantidad pequeña si la comparamos con el consumo que cada persona hace durante todo un año, y una cifra, además, muy alejada de la media en otros países europeos.

Por otro lado, los productos que especialmente favorecieron el aumento de las ventas de Comercio Justo fueron los chocolates y dulces (en particular, los certificados con el sello Fairtrade y distribuidos por empresas). Y con ello, las cooperativas y demás organizaciones productoras han podido consolidar los impactos positivos que genera en sus trabajadores y trabajadoras y en su entorno.

Se trata de organizaciones y cooperativas que, no nos cansaremos de repetir, desarrollan su actividad bajo otros criterios diferentes a los imperantes en el comercio convencional, criterios basados en el respeto a los derechos laborales, los Derechos Humanos y el cuidado del medio ambiente. Una muestra de ello es, por ejemplo, la cooperativa peruana CAES Piura, formada por unos 200 campesinos y campesinas que cultivan azúcar de caña integral en pequeños terrenos y manteniendo sus técnicas tradicionales, lo que les permite proteger la tierra.

Otro ejemplo es la cooperativa Cooproagro de República Dominicana que agrupa a 21 pequeñas cooperativas en las que trabajan 1.800 familias. Ellas además de recibir un precio digno y estable por su cacao, con los beneficios extra han decidido financiar infraestructuras de agua potable, electrificación, reparación de caminos vecinales y otras iniciativas comunitarias. Y así podríamos seguir contando cómo trabajan todas y cada una de las más de 2.100 organizaciones productoras de Comercio Justo de más de 70 países.

Sin embargo, en el 2020 estas cooperativas y el resto de organizaciones muestran sus inquietudes por los efectos de las crisis de la covid-19. Ante la pandemia, el cuidado de la plantilla y el mantenimiento de los salarios han sido las prácticas habituales en el sector, a diferencia de muchas grandes empresas convencionales que han despedido a sus trabajadores/as o bien han cancelado pedidos, con todo lo que implica de pérdida de ingresos para dichas personas, que en su mayoría viven una situación muy vulnerable. Por su parte, las preocupaciones de las organizaciones de Comercio Justo se centran no solo en las dificultades de comercialización y distribución de sus productos, sino también en las necesidades de la población de sus regiones, sobre todo la más empobrecida, en aspectos tan básicos como la salud, la alimentación o la educación.

Pero, pese a la incertidumbre que vivimos en el sector, tenemos el convencimiento de que los principios y los valores del Comercio Justo y de la Economía Solidaria son los necesarios para salir de esta crisis sin dejar a nadie atrás, sin acrecentar aún más las desigualdades y para favorecer otro modelo global más humano, ecológico y justo.

Por eso, y frente a los tiempos que estamos viviendo, insistimos en la necesidad de repensar nuestros hábitos de consumo para reconstruir nuestro mundo. Y ahí, el comercio de barrio y las tiendas de Comercio Justo suponen una alternativa que facilita a los vecinos y vecinas optar por valores como el apoyo mutuo, la empatía y la solidaridad, que siempre son esenciales. Pero este año, aún más.

 

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