Carola Reintjes conoció el Comercio Justo en Alemania, donde había sido voluntaria. Ella fue una de las promotoras de la cooperativa Sandino (hoy IDEAS), organización que creó una tienda en Córdoba en 1986. Junto con la de San Sebastián fueron las pioneras del Comercio Justo en nuestro país. En la entrevista cuenta cómo fueron los inicios y el desarrollo posterior.
¿Qué era la cooperativa Sandino?
La cooperativa Sandino fue la primera organización de Comercio Justo en el estado español constituida con este único fin. Su única razón de ser, su único objetivo estatutario era el Comercio Justo.
¿Cómo conocisteis el Comercio Justo?
Yo lo traía en mi “equipaje mental” desde Alemania, donde lo había conocido y donde había sido voluntaria de Comercio Justo. En Alemania en esos momentos ya era una realidad, había varias organizaciones, y yo lo conocí a través de la organización de Comercio Justo más grande que había en este país.
¿Qué te interesó del Comercio Justo para decidir que querías involucrarte en este movimiento?
Yo llevaba ya tiempo trabajando en cooperación internacional. Para mí la cooperación tenía unos límites claros que era la sostenibilidad de la actuación. La cooperación, a mi entender, muchas veces se queda en el asistencialismo, no ayuda lo suficiente a garantizar la sostenibilidad de las vidas de las personas porque la sostenibilidad se puede generar a través de la generación de empleo y ahí es donde entra el Comercio Justo. Desde la observación de las acciones de cooperación internacional, se constata que cuando la gente puede tener un empleo digno, el resto viene solo. A partir de ahí van a tener mayor facilidad para defender sus propios derechos, incluso para financiar sus otros derechos, para contribuir a sus otros derechos.
El Comercio Justo me parecía una vía muy sostenible y que lograba una incidencia muy práctica.
¿Desde el principio la idea era montar una tienda?
Llevábamos ya dos años trabajando desde una ONG, que además fue la primera ONG andaluza de cooperación (ASPA). Una línea subsidiaria de la ONG era el Comercio Justo. Varios de los que estábamos ahí, que ya habíamos incluso puesto financiación para facilitar esa línea de trabajo, volvimos a poner financiación para poner en marcha una organización nueva solamente dedicada al Comercio Justo.
¿Cuántas personas estabais en esa nueva organización?
Empezamos como fundadores dos personas, Luis Vergara y yo. En el fondo estoy haciendo la entrevista en nombre de las dos personas porque Luis era cofundador y ha ido acompañando el Comercio Justo desde sus inicios.
A partir de ahí buscamos a otras personas, otros socios que también invirtieron dinero. Cada una puso lo que podía. Y ahí se empezó con la primera importación de productos de Comercio Justo.
¿Qué productos importabais en los inicios?
Los primeros productos fueron de Centroamérica y el Caribe por ser las zonas de mayor índice de pobreza. Al principio teníamos mucho más el punto de mira en América Latina. Incorporamos Asia y África de manera más contundente más adelante, aunque también tenamos productos de allí. Pero nuestro corazoncito estaba con América Latina, con las luchas por la liberación, el frente sandinista, etc. Por eso ahí es donde estábamos apoyando.
Del Caribe recuerdo que traíamos cuadros preciosos que hoy todavía están decorando muchas casas en Andalucía y también pinturas de Haití.
De Nicaragua traíamos muchas figuras de cerámica y de madera de balsa que es una madera muy ligera; también tapices. Pronto empezamos a trabajar toda la cultura indígena y haciéndolo con mucha incidencia política y social porque se acercaba el año 92 y la expo de Sevilla que celebraba los 500 años de la conquista. Entonces hicimos muchas actividades paralelas tanto de Comercio Justo como de incidencia política y social.
Al principio no había alimentación, ¿verdad?
Sí, pero de forma más residual porque la alimentación en aquellos momentos no era la parte mayoritaria. Hoy la balanza está totalmente inclinada hacia la alimentación, es la que mueve los volúmenes en el Comercio Justo. Sin embargo si vemos los índices de pobreza, los artesanos suelen ser los más pobres, sobre todo porque no tienen ni para su propia subsistencia especialmente cuando se trata de artesanía hecha en los cinturones de pobreza en las urbes. Ahí no está el campito donde puedes cultivar tu maíz o tener tu pequeña huerta. Por eso la pobreza afecta más al artesano. Lamentablemente la tendencia del Comercio Justo va en dirección contraria; digo lamentablemente porque creo que hay que tener mucho cuidado de seguir apoyando a aquellos que más lo necesitan, incidiendo donde es más necesario.
¿Cómo fue la acogida del público?
El principio fue fantástico, maravilloso, pero teníamos mucho que aprender en la gestión.
La gente que entraba en las tiendas -al principio teníamos una docena de tiendas- lo haca con un grado de aceptación muy sorprendente. Era un contexto en el que no existía este tipo de artesanía, al menos aquí en España. No había prácticamente artesanía con un aire más exótico, de otros mundos, de otras culturas. En esos momentos no había tanto viaje, tanto comercio internacional, tanta cultura y artesanía que nos venía de otros lados. Lo que vendíamos eran piezas que la gente consideraba únicas, eran tiendas que la gente consideraba como tiendas únicas de decoración. Además, formaba parte de ser progresista el decorar la casa con este tipo de productos.
La gente entraba por el producto en sí, por la calidad, por lo que desprendía de cultura, y, a la vez, “se llevaban” el mensaje del Comercio Justo. Apoyaban también con muchas ganas todo lo que era la cooperación internacional y el Comercio Justo porque existía muy poco en ese momento. En Andalucía, por ejemplo, la primera ONG y de la que yo soy socia fundadora se constituyó en esos años, en el 85 o por ahí. Era un contexto en el que aquello que se hacía tenía mucha más resonancia. En los medios también tenías un grado de aceptación muy alto.
Lamentablemente no éramos buenos profesionales del área, veníamos de la cooperación internacional con muy diferentes preparaciones. La gestión profesional de las importaciones, de comercio, de marketing… todo esto se ha incorporando después. Hoy el Comercio Justo está mucho más profesionalizado que en aquel entonces pero seguramente ha perdido también parte de su encanto, parte de esta cercanía que había con la ciudadanía.
Después de estos 30 años, ¿qué ha cambiado y qué se ha mantenido en el Comercio Justo?
Creo que el Comercio Justo se ha profesionalizado, eso está muy bien, es un avance importante.
Creo que ha perdido parte de su frescura. La frescura era esta energía impresionante que tantos jóvenes invertían en el Comercio Justo para cambiar el mundo, una energía muy fresca en la cooperación internacional.
Creo que el Comercio Justo estrechaba las relaciones, eran muy profundas las relaciones con las dos, tres o cuatro organizaciones con las que se trabajaba de forma directa. Como no era tan masificado, las pocas relaciones directas que había eran muy estrechas, con mucha cercanía personal.
Creo que la incidencia política logró cosas de las que hoy todavía vive el Comercio Justo. Hubo avances muy importantes y había una estrecha colaboración entre las organizaciones. Había muy pocas y muy buena coordinación entre ellas. De ahí surgió luego la Coordinadora Estatal de Comercio Justo, que tuvo dos años de preparación hasta su constitución, que se realizó en el marco de un encuentro aquí en Córdoba, precisamente. Nos reuníamos una vez al mes hasta que se aprobaron los últimos estatutos.
A mi entender, ha habido un cambio que ha sido para mal y es que creo que el Comercio Justo no puede solo captar volumen. Esto se logra con la alimentación, especialmente cuando está insertada en otros canales comerciales que no son las tiendas, sino que son grandes superficies y supermercados. Esto lo hace más accesible para los consumidores, lo cual es un logro muy importante pero al final el consumidor pierde un poco de esta cercanía más directa con las organizaciones productoras de Comercio Justo. Creo que así se cae un poco más en el anonimato. Esto creo que ha cambiado para mal pero tampoco podemos hacer demagogia, y hay que reconocer que esto también ha facilitado que más organizaciones de Comercio Justo estén entrando en los circuitos. Organizaciones agroalimentarias o que manufacturan productos alimenticios son las que tienen ahora mayor auge.
El mayor peligro es que en toda esta historia de éxito dejemos en el camino a las organizaciones más pequeñas, más desfavorecidas, más fragmentadas, más frágiles que necesitan un trabajo más intenso; ahí tenemos que estar, ahí debe estar la cooperación al desarrollo y el Comercio Justo.
Para celebrar los 30 años estamos utilizando el lema “Soy Comercio Justo”. Si tuvieras que explicar brevemente por qué eres Comercio Justo ¿qué dirías?
Creo que el Comercio Justo, igual que la cooperación internacional es una forma de vida, una forma de entender el planeta, la convivencia en el planeta, la convivencia entre los seres humanos que, sobre todo, intenta siempre estar de lado de los más desfavorecidos, de la forma que sea. A su vez el Comercio Justo nos permite, con un pequeño y sencillo gesto hacerlo en la vida diaria a través del consumo. Es una forma muy sencilla de contribuir a cambiar el mundo.
Por esto creo que todos deberíamos ser Comercio Justo.
¿Te gustaría añadir algo más?
Felicito a la Coordinadora Estatal de Comercio Justo por su labor tan constante, con tantos desafíos pero tan constante. Me mantengo informada sobre lo que hace porque me interesa, forma parte de mi vida y por eso os felicito por la buena labor.
Yo tengo un deseo que me acompaña desde hace unos años, ahora que estoy “con un pie” fuerte en lo local y otro en lo internacional. Creo que una gran alianza con el pequeño comercio sería deseable. Las problemáticas son diferentes totalmente pero creo que el mundo no es blanco y negro y, sobre todo, lo que sea economía local pienso que debe de ser cuidada, amparada social y legalmente, y con mucho cuidado y cariño al igual que el Comercio Justo.