Artículo escrito por Leonor García, responsable de la Unidad de Impacto de Comercio Justo de Oxfam Intermón, y publicado en el informe El Comercio Justo en España 2020.
La crisis climática es cada vez más perceptible, y ya está teniendo una serie de consecuencias dramáticas que afectan sobre todo a los países en desarrollo, tanto fenómenos meteorológicos extremos (olas de calor, tormentas, incendios, ciclones, etc.) como cambios de patrones climáticos, que, aunque no sean un evento disruptivo, también es devastador en el medio plazo para los agricultores y agricultoras de todo el mundo.
Según un estudio reciente realizado por la Asociación europea de organizaciones de Comercio Justo EFTA, los productores y productoras viven cada día las consecuencias de la crisis climática. Se esfuerzan por la adaptación y por encontrar soluciones a los problemas, y tienen que invertir muchísimos recursos en acciones para incrementar su resiliencia (agricultura regenerativa y orgánica, soluciones de gestión del agua, diversificación de cultivos, etc.). En el mismo estudio también se pone de manifiesto como las pequeñas parcelas de producción familiar tienen más dificultades para adaptarse al cambio climático que grandes explotaciones agrícolas, que cuentan con mayor acceso a recursos e información.
Por tanto, el cambio climático también está agravando las desigualdades mundiales, es decir, es todavía más preocupante para las poblaciones más vulnerables. Además, se da una injusta paradoja: precisamente, estas personas más vulnerables de las poblaciones del sur son las menos responsables de las emisiones globales responsables de la crisis climática, y en cambio, son las más afectadas por sus consecuencias.
Por ello, más que una cuestión puramente medioambiental, o de emisiones, la crisis climática es una cuestión ética y política, que no puede resolverse sin cambiar los fundamentos del sistema económico mundial.
El actual sistema económico, basado en la sobreexplotación de los recursos naturales, nos está abocando a esta crisis climática. La transición ecológica, por tanto, además de actuar sobre las causas de la crisis (como las emisiones de carbono) también tiene que reequilibrar la distribución de sus consecuencias. Reducir la pobreza y las desigualdades es un paso necesario para reducir las prácticas insostenibles.
La tarea de los responsables políticos, de los gobiernos y de la sociedad civil es redefinir cómo gestionamos los recursos de nuestro planeta: cómo producimos y consumimos, cómo nos desplazamos, a qué tecnologías damos prioridad… y también cómo comercializamos los bienes.
Sin embargo, tal como apunta un reciente informe de Oxfam Magasins du Monde llamado Comercio y Justicia Climática, “en las políticas climáticas que se están poniendo en marcha a distintos niveles, hay una gran omisión: el comercio.
Por ejemplo, el cálculo de las emisiones de los países desarrollados, que se presentan como en constante disminución, ignora las emisiones producidas en otros países para la producción de bienes y servicios importados (emisiones importadas). El mismo tipo de problema se plantea en relación con el transporte: los inventarios nacionales no incluyen correctamente las emisiones del transporte internacional, a pesar de que están aumentando considerablemente. Ambos temas están ausentes en el Acuerdo climático de París”.
Además, existen otros fenómenos complejos que dan lugar a las llamadas emisiones indirectas. Según Oxfam Magasins du Monde, varios estudios parecen mostrar que una mayor apertura comercial aumenta las emisiones en general, especialmente al extender las prácticas de consumo y los patrones de crecimiento intensivos en carbono.
En el mismo informe se analizan algunas de las herramientas alternativas más recientes y prometedoras para que el comercio deje de ser motor de la crisis climática como la regulación del transporte internacional, el desplazamiento de las cadenas de valor mundiales, la revisión del modelo de acuerdos comerciales, gravar los productos importados en función de su contenido en carbono o aprobar legislación que obligue a las multinacionales a identificar y prevenir el riesgo de que se produzcan abusos de los derechos humanos o daños al medio ambiente.
Pero ya tenemos parte de esta solución en nuestras manos. El Comercio Justo es una respuesta a estos problemas de justicia climática. En los últimos 40 años, millones de consumidores y consumidoras han apoyado este modelo de comercio alternativo, contribuyendo a construir cadenas de suministro más equilibradas y justas, además de más respetuosas con el medio ambiente.
El Comercio Justo, al garantizar mejores precios y estabilidad económica, permite a las pequeñas organizaciones productoras desarrollar sistemas de producción más resistentes y de bajas emisiones (por ejemplo, agroforestería, agricultura ecológica, economía circular, protección del suelo, reforestación, formación de los agricultores y agricultoras, etc.). Además, los modelos organizativos cooperativos y redistributivos constituyen una alternativa eficaz a pequeña escala para apoyar la transición ecológica a nivel microeconómico y, por tanto, podría inspirar más prácticas de regulación global. Por último, cabe destacar que los productos de Comercio Justo se seleccionan cada vez más según criterios medioambientales y se someten a evaluaciones de impacto ambiental.
Las organizaciones de Comercio Justo (tanto las entidades productoras del Sur como también las organizaciones del Norte) estamos tomando cada vez más medidas para contrarrestar la crisis y contribuir a la protección del clima: energías renovables, materiales sostenibles, agricultura ecológica, bio-fertilizantes orgánicos, reducir, reutilizar, reaprovechar…
Cualquiera de nosotros, como consumidores y consumidoras, podemos jugar un papel para conseguir un gran cambio al elegir nuestras acciones individuales. Apoyando el Comercio Justo, hacemos nuestra parte para luchar contra el cambio climático y contra las desigualdades globales. De este modo, participamos de un sistema económico más justo, respetuoso con el planeta y las personas. Todo ello con el objetivo de hacer converger la economía mundial hacia un espacio seguro y justo para la humanidad.
MANDUVIRÁ, BUENAS PRÁCTICAS ANTE EL CAMBIO CLIMÁTICO
La cooperativa Manduvirá está ubicada en Arrollo y Esteros, Paraguay, y agrupa a cerca de mil productores y productoras de caña, además de contar con su propia instalación de fabricación del azúcar. Son testigos de los efectos del cambio climático en sus tierras, tales como el cambio en el patrón de lluvias, eventos de lluvias torrenciales y sequías, y, en 2017, una grave helada que hizo perder prácticamente toda su cosecha.
Manduvirá está apoyando a los pequeños productores y productoras de azúcar a implementar acciones de adaptación al cambio climático: está realizando una prueba piloto para instalar sistemas de riego para la caña de azúcar con sensores de humedad del suelo, instalar una planta meteorológica para prevenir los eventos graves o hacer seguimiento de plagas con drones.
Además de estas acciones, también tiene un firme compromiso con la mitigación, es decir, la reducción de emisiones de carbono para de este modo contribuir menos al cambio climático global. En este sentido, Manduvirá está actualmente realizando su medición institucional de huella de carbono, para conocer su impacto y poder implementar medidas de reducción. Por otra parte, también está finalizando un proyecto de reforestación de parcelas de producción, así como de bosque virgen. Por último, sigue en marcha su exitoso proyecto de elaboración de compost orgánico a partir del residuo de caña, que tiene un triple impacto: elimina el residuo de caña, mejora la calidad del suelo y evita la compra y transporte de compost fuera de la cooperativa.