Artículo escrito por Brenda Chávez, periodista e investigadora especializada en consumo, sostenibilidad y cultura, y publicado en el informe El Comercio Justo en España 2020.

La industria de la moda es una de las que globalmente más contribuye al cambio climático, y uno de los ejemplos más paradigmáticos del modelo productivo-económico que lo provoca.

Su sistema extractivo (de recursos, materias, trabajo, creación, etc.), enfocado hacia un crecimiento infinito de ventas, e ingresos, supone una lógica insostenible y suicida en un planeta de recursos finitos, caracterizada por la maximización de los beneficios, la acumulación del capital y el bajo coste. Esto provoca “círculos viciosos” de impactos socioambientales en su cadena de abastecimiento y fabricación, desde las materias primas, pasando por la manufactura, el transporte, la comercialización, hasta los residuos que genera.

Este sector, supuestamente el más glamouroso, contribuye al 10% de las emisiones globales, según el Programa de Medio Ambiente de la ONU (PNUMA)[1]. La confección y el calzado produjeron más Gases de efecto invernadero (GEI) que Francia, Alemania y el Reino Unido juntos en 2018, unas 2.100 millones de toneladas de CO2, según el informe Fashion on Climate de la Global Fashion Agenda y la consultora McKinsey[2]. Actualmente, los GEI de la producción textil global superan las de todos los vuelos internacionales y tráfico marítimo combinados[3].

Además, la moda es la segunda industria más demandante de agua, contamina un 20% de las aguas residuales del mundo, y libera cada año medio millón de microfibras plásticas al océano[4].

Un sector que deja huella

La mayor parte de la huella ambiental de las prendas procede del abastecimiento de las materias primas y del uso. Mayoritariamente éstas proceden de sistemas ganaderos y agrícolas intensivos industriales deslocalizados que contribuyen en gran medida a ella, destruyendo numerosos ecosistemas. También de recursos fósiles no renovables, como las fibras sintéticas o acrílicas, derivadas del petróleo, que reportan pingües beneficios al sector de las energías fósiles, principal causante del cambio climático. Por ejemplo, el poliéster, el tejido sintético más popular, es del mismo material (tereftalato de polietileno, PET) que las botellas de plástico.

Y pese a que, en los últimos años, el sector presume de sostenibilidad a través de diversos pactos, objetivos climáticos, y planes de sostenibilidad corporativos, todos suelen carecer de hojas de ruta concretas sobre cómo lograr sus metas.

El informe Fashion Forward: A Roadmap to Fossil Free Fashion de Stand.earth[5], argumenta que las promesas del Fashion Pact del G7 y la Carta de la Industria de la Moda para la acción climática dejarían a esta industria sin cumplir los criterios científicos para limitar el calentamiento a 1,5 grados, nivel más allá del cual se predicen impactos ambientales catastróficos para la salud humana y la economía.

Según alega, las firmas que suscriben estas importantes alianzas climáticas han reducido emisiones en algunas oficinas o tiendas, pero apenas en su fabricación, la mayor parte de su huella. El carbón se utiliza en países fabricantes como China, Vietnam, Bangladesh o Turquía para electricidad, calentamiento térmico, etc., así como otros combustibles fósiles (para producir telas, transporte), por lo que estima necesario mayores reducciones.

Los residuos son otro grave impacto derivado de la sobreproducción y consumo excesivo promovido las últimas décadas, en las que se ha pasado de fabricar de dos a cuatro colecciones por temporada, a más de 50 anuales en la Fast fashion (moda rápida, o Low cost). Un modelo de gran rotación comercial y novedad constante imitado por el sector del lujo desde los años 90.

Los artículos cada vez se desprecian antes, por esa cultura del “usar y tirar” desarrollada para incrementar las ventas. Un ritmo voraz de consumismo ininterrumpido y productos supuestamente indispensables (o must-haves) que perecen al poco tiempo, por su escasa calidad y tendencias pasajeras. Desde el año 2000 al 2015 la producción se ha duplicado mundialmente superando los 100.000 millones de prendas anuales[6]. El ciudadano medio compra un 60% más de ropa que hace 15 años[7] pero su utilización se ha reducido. Hoy más del 30% de lo que puebla los armarios europeos no se ha vestido en al menos un año.[8] Y globalmente los clientes pierden un valor de 460.000 millones de dólares anuales al tirar vestimenta que puede seguir sirviendo.[9]
Alguna utilizada tan sólo siete o diez veces[10]. La Red Europea de Empresas Sociales de Reparación, Reutilización y Reciclaje de Residuos estima que cada europeo genera de media 26 kilos de residuo textil anual.

Un apabullante desperdicio textil que en el vertedero causa mayor daño ambiental que los desechos alimentarios, por los procesos de elaboración de la ropa, y las sustancias potencialmente nocivas para la salud humana y ambiental, empleadas en ella, liberadas en lixiviados o emisiones.

Desfiles de deslocalización

Desde finales de los años 70 se han deslocalizado ramas industriales enteras (textil, tecnología, informática, motor, servicios) en diversas olas –en esa década, en los años 80, 90 y 2000– a países con normas laborales y ambientales más laxas, o prácticamente inexistentes, donde fabricar a menor coste y con ventajas fiscales auspiciadas por los Tratados de Libre Comercio y las Zonas Francas de Exportación –también llamadas Zonas de Libre Comercio o Zonas de Procesamiento de Exportaciones– donde concentran su producción. Esto ha supuesto una feroz aceleración de los ciclos y metabolismos de la industria hegemónica, aumentando los impactos socioambientales.

Un modelo calificado de “empresa hueca”, hoy extendido por el mundo, que se ocupa del diseño de los artículos, las estrategias de marca (branding), marketing y comerciales, dictadas desde la sede a las filiales, subarrendando su producción con presupuestos y plazos mínimos.

Corporaciones americanas como Nike, Sara Lee, Vans, Levi’s, Reebok, Old Navy entre otras, fueron pioneras en obtener mayores márgenes de beneficio así[11]. Pero la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) alertan de que, desde 1973, crece la inseguridad laboral y el paro de larga duración en occidente, con caídas salariales en tres olas que coinciden con esos “desfiles” deslocalizadores: a principios de los años 80, por las aperturas de mercado; en los 90 con el Acuerdo Multifibras (a China e India, principalmente). Y a partir del 2000, por crisis derivadas de las políticas neoliberales, hacia el Sudeste Asiático[12].

En la actualidad, en muchas latitudes, los salarios de las manufactureras (entre un 70% y 90% de la mano de obra) suponen la cuarta o quinta parte de lo que necesitarían para vivir.

Y cuatro derechos laborales de los más vulnerados ­–no discriminación, libre asociación, sindicación y negociación colectiva– son también derechos humanos. La industria, incluso, fabrica ya en Etiopía con costes laborales inferiores, de entre 19 o 40 euros al mes,­ con jornadas extenuantes[13].

Por si fuera poco, durante la pandemia, en diversos territorios, los cierres de las tiendas, las paralizaciones de los encargos y la potenciación del comercio digital, han agudizado la situación. En muchos casos, las mujeres que cosen para grandes marcas se encuentran más precarizadas y vulnerables, pues han padecido impagos, despidos, así como condiciones laborales insalubres en el desempeño de su labor.

Falta de transparencia y fetichismo

La opacidad existente, tanto en la moda low cost como de lujo, impide que las personas consumidoras sepan con certeza la situación bajo las que se confeccionan una gran mayoría de prendas, accesorios y complementos del mercado. Este sector es uno en los que más claramente se percibe la “fetichización (o fetichismo) de la mercancía”, es decir, la ocultación de la explotación tras la fabricación de los bienes y servicios. El público sólo recibe fascinantes reclamos de artículos (en anuncios, revistas, televisión, radio, redes sociales, celebrities, bloguers, influencers, etc.) asociados por su publicidad y marketing a universos aspiracionales de supuesto glamour, que a menudo difieren enormemente de las formas de producción empleadas en ellos.

Mientras, las etiquetas no aclaran detalles relevantes sobre su trazabilidad, por lo que resulta muy complicado tomar decisiones conscientes, libres, e informadas basadas en los impactos socioambientales, si así se desea. Un contexto de distorsión, por la brecha entre la realidad productiva y la propaganda comercial, que genera fashion victims de trabajadoras, consumidores, especies y recursos terrestres, intensificando la emergencia climática y la desigualdad social.

Reformular la moda: otro modelo es necesario y posible

La sostenibilidad implica siempre tres pilares: uno social, otro medioambiental y otro económico. Si los tres no son igual de solventes, no puede considerarse “sostenible” a ningún sector, compañía, actividad, producto, prenda, evento, etc. En este sentido, las marcas sostenibles de moda respetan esos tres pilares, suelen ser pequeños emprendimientos, cooperativas y Pymes. Muchas son de Comercio Justo, una modalidad de comercialización que los tiene completamente integrados: implica que sus creaciones provienen de modelos productivos ecológicos que ayudan a paliar el cambio climático, por no contaminar con pesticidas e insumos industriales, no usar transgénicos y administrar responsablemente los recursos (agua, energía, etc.)

Además, respeta los derechos humanos y laborales, remunera dignamente  cada peldaño de su cadena de abastecimiento y fabricación, no permite el trabajo forzoso, ni infantil, promueve la igualdad de género, establece relaciones de equidad entre productores, distribuidores, comercializadores y consumidores. También prefinancia a los productores protegiéndoles de las oscilaciones de las materias en los mercados. Y, aparte de un salario justo, reciben una “prima de Comercio Justo” que democráticamente destinan a mejoras sanitarias, educativas, de infraestructuras, etc., permitiendo un verdadero desarrollo sostenible en sus comunidades.

Foto: Fundación Vicente Ferrer / Felita Viegas

“Círculos virtuosos” socioambientales que sostienen más de dos millones de productoras y trabajadoras, de las más de 2.000 organizaciones de la red de Comercio Justo mundial. Una moda lenta, o slow fashion, que  no sobreproduce, ni incita al consumismo y a menudo mantienen la artesanía autóctona, las tradiciones textiles locales, saberes nativos ancestrales, así como la diversidad cultural territorial amenazada por la homogenización del mercado que imponen las grandes multinacionales con sus abultados márgenes de ganancia y omnipresencia global.

Las personas consumidoras podemos contribuir a reformular la moda, poniendo la vida en el centro de su modelo, apoyando con nuestro dinero y consumo estas alternativas que redistribuyen más y mejor la riqueza, con menor deterioro planetario. Aplicando el consabido mantra de “menos es más”, es decir, comprar lo realmente lo necesario, evitando caer en esas “necesidades inducidas” que nos inocula el sistema imperante: más vale adquirir pocos buenos artículos confeccionados con prácticas responsables, que nos favorezcan y acompañen mucho tiempo; que muchos escandalosamente baratos (o caros) teñidos de tragedias, con calidades y estéticas predefinidas para caducar. Nuestro bolsillo, la Tierra, sus especies humanas y no humanas, lo agradecerán. Diseños apetecibles en lo estético, cuya justicia ambiental y social, también los hacen éticos. Cuestiones que en la industria convencional, lamentablemente, a menudo no van de la mano.

 

[1] https://www.unep.org/news-and-stories/press-release/un-alliance-sustainable-fashion-addresses-damage-fast-fashion
[2] http://www2.globalfashionagenda.com/initiatives/fashion-on-climate/ – /
[3] https://unfccc.int/es/news/la-onu-quiere-que-la-industria-de-la-moda-se-implique-en-la-accion-climatica-para-el-desarrollo
[4] https://www.unep.org/news-and-stories/press-release/un-alliance-sustainable-fashion-addresses-damage-fast-fashion
[5] https://www.stand.earth/publication/fashion-roadmap
[6] Informe A New Textiles economy: redesigning fashion future. Ellen McArthur Foundation. 2017. Pag. 18. https://www.ellenmacarthurfoundation.org/assets/downloads/A-New-Textiles-Economy_Full-R eport_Updated_1-12-17.pdf
[7] Informe Time out for fast fashion. Greenpeace Alemania. 2016. Pag 2. https://wayback.archive-it.org/9650/20200401053856/http://p3-raw.greenpeace.org/international/Glob al/international/briefings/toxics/2016/Fact-Sheet-Timeout-for-fast-fashion.pdf
[8] Informe A Call to action for a circular fashion system. Global Fashion Agenda. 2017. Pag 4. https://globalfashionagenda.com/wp-content/uploads/2017/04/GFA17_Call-to-action_Poluc-brief_FIN AL_9May.pdf
[9] Cálculo basado en Circular Fibres Initiative materials flow analysis. Ellen McArthur Foundation. (https://www.circulardesignguide.com/fibres) y Euromonitor International Apparel & Footwear 2016 Edition (volume sales trends 2005–2015).
[10] Morgan, L.R. and Birtwistle, G. An investigation of young fashion consumers’ disposal habits. 2009. https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/j.1470-6431.2009.00756.x
[11] No logo. Ed. Planeta. Debolsillo. Actualización de 2011. Naomi Klein, Pag 240-245.
[12] Hacer que la globalización sea socialmente sostenible. Capítulo 5. William Milberg y Deborah Winkler. OMC y OIT. 2011.
[13] https://www.modaes.es/entorno/el-textil-en-etiopia-industria-40-a-20-euros-al-mes-para-seducir-al-sourcing-de-la-moda.html

 

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