Artículo publicado el 21 febrero de 2019, en el blog Alterconsumismo, de El País.
Por María Fernández Suárez (presidenta CECJ)
En los últimos años, la economía y el comercio mundiales dan señales de crecimiento. Sin embargo, esto no está contribuyendo a la reducción de la pobreza. Hoy la pobreza sigue siendo una realidad, una injusta realidad que viven más de 800 millones de personas en todo el mundo, según datos de Naciones Unidas. El 80% de ellas se concentra en el sur de Asia y el África Subsahariana.
Además, para una gran parte de la población tener un trabajo no es sinónimo de llevar una vida digna. La OIT en informes recientes refleja que casi un tercio de la clase trabajadora vive en condiciones de pobreza extrema o moderada. Y en este contexto no podemos olvidar la especial incidencia de la pobreza en las mujeres. En todo el mundo ellas registran un Índice de Desarrollo Humano más bajo que los hombres.
La pobreza es una realidad compleja, consecuencia de múltiples causas. Sin embargo, desde el movimiento del Comercio Justo creemos que es necesario y posible combatirla. Para ello es esencial cambiar el modelo económico, apostar por un modelo económico que priorice a las personas y la protección del medio ambiente.
Traemos hoy estas reflexiones ya que con motivo Día Mundial de la Justicia Social, celebrado ayer, la Coordinadora Estatal de Comercio Justo publicamos un informe en el que analizamos cómo el Comercio Justo contribuye a reducir la pobreza y la desigualdad. Y lo hacemos a través de un caso concreto, Bangladesh, un país pequeño, cuya extensión es la mitad que España, en el que viven 165 millones de personas. El 40% de ellas son pobres.
En Bangladesh el comercio exterior, y particularmente de textil, constituye el motor del crecimiento de su economía desde los últimos años. El aumento de las exportaciones de ropa, que suponen el 80 por ciento de sus exportaciones totales, en las últimas décadas ha sido muy superior en este país en relación a otros países asiáticos. Sin embargo esto no ha contribuido a reducir la pobreza.
¿Por qué?
Fundamentalmente, porque el crecimiento de este sector se ha basado en la competencia desde los bajos salarios y las escasas regulaciones de las condiciones laborales. La conclusión es clara: el crecimiento económico per se no contribuye a reducir la pobreza.
Que es necesario otro planteamiento económico global no lo decimos solo nosotros, también lo afirma la propia Naciones Unidas:“Vamos a necesitar una economía que respete los límites del planeta, que reanude la dependencia del bienestar humano con las relaciones sociales y la justicia, y que reconozca que el objetivo final es el bienestar humano real y sostenible, no solo el crecimiento del consumo material”, sentencia la ONU. También insiste en este argumento Juanjo Martínez, autor del citado informe: El modelo actual de producción, comercialización y consumo es insostenible social y medioambientalmente
Siguiendo con nuestro ejemplo, en Bangladesh encontramos la organización de Comercio Justo BaSE. Una entidad que nació en 1999 con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las mujeres, facilitar su independencia económica y ser socialmente reconocidas. Hoy BaSE da trabajo a 10.000 personas -el 90% mujeres- que elaboran cestas de yute y artículos de textil, decoración o calzado, organizadas en pequeños grupos de producción. Muchas de las trabajadoras tienen discapacidades físicas o psíquicas. El salario que obtienen es de unos 10.000 takas (unos 3’50 euros al día), lo que supone el doble del salario mínimo legal en el país, fijado en 5.000 takas (unos 1,80 euros al día) y lo que les permite llevar una vida digna.
El pago justo es un aspecto fundamental pero es solo uno de los principios del Comercio Justo. Las condiciones laborales adecuadas y seguras, la participación de las trabajadoras en las decisiones, o la no explotación infantil son otros de los aspectos que aplica BaSE.
Por otro lado, la organización facilita a las trabajadoras servicios básicos como salud, créditos o educación. En este ámbito, por ejemplo, los grupos de BaSE han promovido la creación de escuelas en las comunidades donde trabajan.Son escuelas que ofrecen una educación de calidad, sin ningún tipo de discriminación religiosa, de género o étnica, algo que en otros países del entorno sí ocurre. En estas escuelas se aplican enfoques modernos de integración para niños y niñas con discapacidades. Estas escuelas constituyen otra herramienta fundamental para romper el círculo vicioso de la pobreza y avanzar hacia el desarrollo.
La organización BaSE es solo una de las más de 1.500 organizaciones productoras de Comercio Justo que existen en Asia, África y América Latina, protagonistas esenciales de un sistema comercial alternativo que persigue el desarrollo de las comunidades y la lucha contra la pobreza, y que se completa con toda una red de entidades importadoras que también trabajan bajo los principios del Comercio Justo, y con millones de consumidores y consumidoras en todo el mundo.
Sin embargo, a día de hoy el Comercio Justo no representa ni el 1% del comercio internacional de productos equivalentes. Todavía queda, por tanto, un gran camino por recorrer. Pero sabemos cuál es el camino. Y eso ya es importante.