El aumento exponencial de la producción y el consumo derivado del aumento del comercio mundial, conlleva entre sus consecuencias más destacadas el deterioro del medio ambiente y la aceleración del cambio climático. Unas consecuencias que sufrimos en todo planeta, pero las personas que viven en la pobreza y quienes trabajan en la agricultura lo sufren de manera especial.
En el caso de la degradación de la tierra, Naciones Unidas alerta de que afecta directamente a tres de cada cuatro personas que viven en la pobreza. Asimismo, la deforestación y la desertificación afectan a quienes dependen de la agricultura, unos 2600 millones de personas en todo el mundo. Como consecuencia de ello, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático calcula que cada año se pierden 12 millones de hectáreas en las que podrían cultivarse 20 millones de toneladas de cereales.
Un caso concreto: el algodón
Si analizamos un producto concreto y muy cotidiano como el algodón, podemos ver claramente sus consecuencias relacionadas con el cultivo intensivo y el consumo desproporcionado. El algodón es un gran consumidor de agua. Por ejemplo, según FEM Internacional, producir unos vaqueros requiere casi 7.000 litros de agua si se suman los recursos necesarios para el cultivo, el blanqueo del algodón –que de forma natural es beige–, el teñido y el prelavado característico de estas prendas. Eso, por no hablar de ciertas técnicas de teñido que resultan muy agresivas para la salud de los trabajadores, como el sandblasting.
Según esta misma institución, el algodón supone el 2,4% del área cultivable en el mundo, pero acumula el 25% de los insecticidas y el 10% de los pesticidas. Los riesgos aumentan con el avance del algodón transgénico Bt, alterado genéticamente para producir una toxina insecticida. Los impactos sociales del algodón transgénico son similares a los de otros OGM (organismos genéticamente modificados). Por un lado, requieren un uso más intensivo de agroquímicos, algunos de ellos, peligrosos para la salud. Pero por otro lado, el algodón transgénico resulta rentable para los grandes monocultivos y no tanto para los pequeños productores, que deben hacer inversiones en tecnología y comprar semillas más caras –las Bt son mucho más costosas que las semillas convencionales–. Esto provoca que los campesinos terminen por endeudarse y, muchas veces, se vean obligados a abandonar sus tierras (Fuente: Informe Tira del hilo, CECJ, 2015)
Una vez obtenidas las fibras, el resto del proceso hasta que el tejido está listo para la costura también resulta contaminante para el medio ambiente y tóxico para la salud de quienes trabajan. Así, el desmote, que es el siguiente paso después de la recogida del algodón, produce muchos desperdicios y la exposición al polvo de algodón puede provocar enfermedades respiratorias graves, como la bisionosis. El lavado de los tejidos suele suponer un abundante uso de detergentes, suavizantes y otras sustancias que a menudo son tóxicas. Lo mismo sucede con el blanqueo y teñido de las telas, que provoca un importante consumo de agua y su contaminación, cuando no se realiza en condiciones óptimas.
Pero no solo el algodón, en general la industria textil es una de las más contaminantes del mundo. Globalmente se la considera responsable del 20% de la contaminación del agua (fuente: Revista Contexto, artículo El verdadero precio de la ropa, 1 mayo 2018)
Pero además, la industria textil genera una gran cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero. De acuerdo con la revista Nature la industria textil es ya responsable por sí sola del 5% de emisiones mundiales de CO2.
Comercio Justo, Medio Ambiente y Objetivos de Desarrollo Sostenible
Pese a la alarmante situación, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático concluye que si se adopta una amplia gama de medidas tecnológicas y cambios en el comportamiento, aún es posible limitar el aumento de la temperatura media mundial a 2 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales.
La solución a las consecuencias del cambio climático pasan por un esfuerzo global que incluya a las pequeñas organizaciones agrícolas para que puedan minimizar su impacto en la emisión de gases de efecto invernadero, una perspectiva clave en el trabajo de las organizaciones el Comercio Justo.
En relación con las empresas, Naciones Unidas recomienda tres líneas de acción para frenar el cambio climático: Mejorar su eficiencia energética, reducir la huella de carbono de sus productos y procesos, y establecer metas para la reducción de las emisiones de carbono. Tres aspectos que realizan las organizaciones de Comercio Justo, ya que, el principio 10 del Comercio Justo se centra en la protección del medio ambiente.
Las organizaciones de comercio Justo promueven un uso más eficiente de la energía, de los suelos, del agua y en general de los recursos naturales, así como una reducción en el uso de pesticidas y otros fertilizantes químicos. De esta manera contribuyen al logro del ODS 13, “tomar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos”.
Pero además el Comercio Justo contribuye a los ODS 12 relativo a la producción y consumo sostenibles, en concreto a las metas 12.2 “lograr la gestión sostenible y el uso eficiente de los recursos naturales, y 12.A “apoyar a los países en desarrollo en el fortalecimiento de su capacidad científica y tecnológica a fin de avanzar hacia modalidades de consumo y producción mas sostenibles. Y también favorece el logro del ODS 15, en particular a su meta 15.3 relativa a la lucha contra la desertificación y rehabilitación de suelos degradados.
Si continuamos con el ejemplo del textil, las organizaciones de Comercio Justo trabajan a través de procesos que no dañan el entorno natural. En el caso de los cultivos de algodón, se trata de una producción ecológica, que no utiliza abonos químicos, pesticidas o herbicidas. Por otro lado, la confección es semiartesanal, no industrial, con lo que el impacto medioambiental disminuye considerablemente. Según datos de Fairtrade International, solo en la producción de algodón certificado de Comercio Justo trabajan 73.400 personas en todo el mundo69, cifra relativamente pequeña si la comparamos con los casi 100 millones de hogares que participan de la cosecha del algodón70. Sin embargo, aunque la cifra a nivel cuantitativo puede parecer pequeña, no podemos olvidar el impacto cualitativo para cada una de esas personas, sus familias y su comunidad.
Una de estas organizaciones textiles de Comercio Justo es la india RAJKLASHMI COTTON MILLS.