En los años 50 y 60, tras el triunfo del liberalismo sobre el fascismo, volvió a desarrollarse en los países ricos un capitalismo industrial focalizado en incrementar la producción de bienes y servicios como forma de acumular capital y riqueza. Aunque forzado, el sistema económico aceptó en Europa el gran pacto socialdemócrata, basado en un relativo reparto de rentas a través de la búsqueda del pleno empleo, con unos salarios dignos y unos servicios públicos progresivamente universales (educación, sanidad, pensiones…). Muchos países de lo que entonces se llamaba Tercer Mundo creyeron que podrían imitar y alcanzar ese modelo europeo si intensificaban su crecimiento económico. Pero a partir de los años 70 este capitalismo productivo fue progresivamente sustituido por un capitalismo cada vez más especulativo, hasta convertirse, ya en el siglo XXI, en la gigantesca economía casino que acabó provocando el gran crack financiero de 2008.
El neoliberalismo fue la ideología que permitió a este capitalismo sustituir el “mito del crecimiento para todos” por la “fe en los mercados” como mecanismo para permitir a unos cuantos países, los llamados emergentes, destacarse de los demás y gracias a la búsqueda de competitividad de sus producciones, acercarse al club de los ricos y desarrollados. Hasta que el sistema económico centrado en Wall Street colapsó en 2008, la globalización de la economía y las finanzas señalaba el camino que debían seguir todos los países si querían resolver sus problemas de pobreza, hambre, miseria y desempleo generalizados. Las políticas a aplicar eran las que el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial de Comercio recomendaban… o imponían como ajuste estructural al menor atisbo de crisis financiera en la que constantemente caían los países pobres.
Uno de los pilares de tales políticas era la liberalización del comercio internacional.
Esta nefasta mutación del sistema económico en los países centrales en un capitalismo que no produce, que no distribuye bienes o servicios, que no crea puestos de trabajo en condiciones dignas, que no contribuye fiscalmente a las haciendas de los Estados, y que sólo busca acumular capital y riqueza a partir de una utilización estratégica y privilegiada del dinero en sus diversas formas, es lo que se conoce en cada vez más espacios académicos de reflexión como proceso de financiarización1 de la economía, que en paralelo a la globalización2, se convirtieron en un fenómeno de Ecarácter planetario.
Con el estallido de la crisis, muchos nos comenzamos a hacer preguntas del tipo ¿la crisis va a suponer el fin de estos procesos de financiarización y globalización?, o ¿va a ser inminente en los países del Norte la vuelta a un capitalismo más “productivo”, como contraposición a este capitalismo financiarizado que ha estado a punto de colapsar? Hoy podemos responder negativamente a ambas preguntas, tras constatar que tales procesos avanzan a buen ritmo, por ejemplo en lo que se refiere a la deslocalización productiva y a la consiguiente escasez crónica de empleo no precarizado en los países industrializados como Europa. Se trata depasos aparentemente irreversibles. (…)
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Este artículo está publicado en el informe «El Comercio Justo en España 2010. Crisis, impactos y alternativas». (CECJ, 2011)