Artículo publicado el 25 de junio de 2021, en el blog Alterconsumismo, de El País.
Por María Fernández Suárez (presidenta de CECJ)
Que el café pueda morir de éxito es una amarga constatación que aún estamos a tiempo de revertir cambiando el modelo de producción del café por uno que lo haga sostenible. ¿Cómo? Cuidando la cadena de suministro que a fecha de hoy lo hace insostenible: de aquí a 2050 puede desaparecer la mitad de las tierras de cultivo del café que consumimos a diario y con el que nos despertamos cada mañana. Es urgente reparar en el drástico impacto medioambiental de la producción del café basada en la sobreexplotación de tierras y proteger, además, a las personas que lo cultivan. ¿Qué ganamos? Producir y consumir de manera justa y sostenible, a saber: café justo -y bueno- para las personas y el planeta.
25 de junio de 2019. Si aún no te crees que el cambio climático -mejor dicho, la crisis climática, porque el cambio no es un fenómeno celestial sino de la acción humana en la tierra- te esté afectando, o que aún sigas en la primera estrofa del poema de Brecht “Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde…”, puedes empezar a preocuparte mientras tomas tu primera taza de café del día.
¿Y por qué? Porque ese café tan bueno que te espabila cada mañana, te despeja a media tarde o te acompaña en tus reuniones de trabajo, o te ayuda a proponer una cita –“¿nos tomamos un café?”-, puede que un día no muy lejano deje de existir. Más aún, puede que su cultivo que ya esté dejando de ser una forma de vivir dignamente, o cuanto menos subsistir, de muchas familias en todo el mundo, porque sus plantaciones están amenazadas por multinacionales que han decidido sobreexplotar terrenos de cultivo provocando deforestación y, lo que es peor -con perdón de la pachamama que, al fin y al cabo, nos alimenta a todos- abaratar los precios hasta asfixiar tu negocio y dejar sin el pan con el que das de comer a toda tu familia.
Puede que dentro de poco, tomar un café deje de ser un acto tan cotidiano, revitalizante, que anima el espíritu, que estimula la conversación, que da buenas ideas y acompaña las mejores citas, hace más llevaderas las reuniones… ni tenga tan buen sabor como el que te tomas ahora, en tu casa, en la cafetería, en el restaurante después de comer, con amigos, en familia, en pareja, en el trabajo con tus compañeros.
Porque seguro que tú estás entre los 22 millones de personas que en España toman café a diario. Ni más ni menos que el 63% de la población mayor de 15 años. El consumo de café por habitante en 2017 en nuestro país fue de 4’25 kg, lo que nos sitúa en el puesto 19 del ranking mundial.
Pero más son los millones de personas que lo cultivan en todo el mundo. Un total de 25 millones de productores y productoras, en más de 80 países, y en su mayoría en pequeñas parcelas de menos de 5 hectáreas, que conforman el primer eslabón, y el más vulnerable, de la cadena del café: desde la plantación hasta nuestras cafeteras. En nuestras casas pagaremos el café más caro, y nos sabrá peor al paladar, pero una familia cafetera perderá la tierra, que no solo es su medio de trabajo sino también su entorno vital.
Porque son 25 millones de personas que apenas pueden negociar precios, condiciones de trabajo, ni número de intermediarios que serán los que finalmente decidirán lo que vale el grano de café en origen. Ni que decir que el precio es volátil y que los ingresos más bajos son para quienes lo producen, en un sector como el cafetero donde cada vez más el poder está en manos de los comerciantes, las grandes marcas internacionales y las empresas distribuidoras. Algo que a pasos agigantados hace económicamente insostenible la industria cafetera. Más cuando los datos nos advierten que, además, la crisis climática provocará la pérdida de hasta la mitad de las tierras cultivables de aquí a 2050.
El panorama mundial es desolador. Los agricultores y agricultoras se ven incapaces de mantener, bajo estas condiciones, sus cultivos, incluso de cosechar todo su café. Se ven obligadas a endeudarse para cubrir sus necesidades básicas, y caen atrapadas en la pobreza. A menudo, las familias caficultoras sufren de problemas de malnutrición e índices elevados de analfabetismo. La pobreza también alimenta fenómenos tales como la migración o el tráfico de droga.
El estudio que publica la Coordinadora Estatal de Comercio Justo, “Café: La historia de un éxito que oculta una crisis” descubre los datos de esta parte más amarga del café: en Perú y Etiopía, los caficultores y caficultoras generaron ingresos muy por debajo del umbral de pobreza (salvo en 2011), y en 2017 percibieron un ingreso un 20% más bajo que en 2005. En Colombia, en 2011 y 2016, aunque quienes cultivan café, en promedio, logren superar el umbral de pobreza, no alcanzan sino en pocas ocasiones un nivel de vida digno.
Las consecuencias las pagaremos todos, y cuando ya no podamos pagar con dinero ni hayamos hecho nada para remediar la crisis, entonces será demasiado tarde, Bertolt Brecht dixit.
¿Qué podemos hacer? Muchas veces hemos hablado aquí, en Alterconsumismo, que nuestro consumo es un acto político, y que todos somos prosumidores -un concepto que en Francia es una tendencia al alza desde hace muchos años- y que nos viene a decir que todos podemos ser consumidores exigentes, y que atendamos también a la otra cara de la moneda: la de la etiqueta, la de la persona productora, país de origen, condiciones laborales y de vida, materias primas empleadas, precios en origen, etc…
Eligiendo qué café tomamos cada mañana, también podemos evitar que el día de mañana acabe amargando la vida de muchas personas, y la del propio planeta.
El café es, como dice este estudio de Commerce Equitable, “terreno fértil para las alternativas”. El café de Comercio Justo, aunque no infalible frente a la crisis descrita en este artículo, es una de ellas.
Como hemos contado aquí en otras ocasiones, el Comercio Justo se basa en los compromisos asumidos por los actores de la cadena para permitir a organizaciones productoras, trabajadores y trabajadoras vivir de su trabajo e invertir de manera colectiva a largo plazo.
No es una casualidad que el café sea uno de los productos emblemáticos de la alternativa que representa el Comercio Justo, que desde su origen en los años 60 viene reclamando cambios en el comercio internacional que permitan vivir con dignidad a quienes producen una gran parte de los alimentos que consumimos.
En nuestro país, al igual que en Francia, el café es uno de los productos estrella del Comercio Justo. Es el producto más conocido y reconocido, y desde luego un emblema de nuestro sector. Desde 2010 hasta 2017 se ha situado como el producto más consumido de Comercio Justo, con entre el 40 y el 50% de las ventas totales.
En nuestras manos, y en este caso en nuestras tazas de café, está también nuestro poder para revertir que el café acabe muriendo de éxito.