Estamos hablando de una época en la que ni siquiera en el ámbito de la Cooperación al Desarrollo se conocía lo que intentábamos poner en marcha, de hecho se nos miraba un poco como a los fenicios del Tercer Sector, ¿qué era esto de meter comercio, productos y transacciones económicas en las políticas de cooperación?
Para nosotros y nosotras era un devenir natural, desde nuestra óptica de compromiso con el desarrollo de los países empobrecidos. Compromiso que comenzaba con la Ayuda Humanitaria en atención a las víctimas de desastres naturales o humanos y de conflictos armados; proseguía con la Cooperación al Desarrollo orientada a promover el progreso económico y social global de forma sostenible y equitativa, fomentando el desarrollo de infraestructuras básicas (sanidad, educación, capacitación, transferencia de tecnología, etc.); y se consolidaba con el Comercio Justo, impulsando proyectos productivos, que no solo dieran entrada en el mercado internacional -bajo criterios éticos y sociales- a las materias primas de pequeñas y medianas cooperativas de producción, sino que creara puestos de trabajo y riqueza, tanto en el Sur como en el Norte. Que repartiera de forma equitativa los beneficios de la renta, y que destinara parte de éstos tanto a mejorar las infraestructuras ya existentes, como al desarrollo económico de esas organizaciones y sus familias.
En la distancia podemos visualizar aquellos comienzos como un gigantesco juego de ensayo y error. Nos faltaba capacitación y experiencia a raudales, prácticamente en todas las áreas de trabajo que enmarcaba el Comercio Justo: procesos de importación Sur-Norte; logística, distribución y comercialización de productos textiles, artesanales y alimenticios en un “mercado solidario” todavía en pañales en España; reinversión de beneficios para la puesta en marcha y control de proyectos productivos en origen; gestión económica eficiente de nuestra propia organización; y generación, presentación y ejecución de proyectos de Cooperación al Desarrollo que a través de la financiación de las agencias multilaterales apoyaran y apuntalaran los proyectos productivos con los cuales trabajábamos. Y todo esto, claro, con recursos económicos extremadamente escasos, que muchas veces salían de los propios bolsillos de las y los cooperativistas.
Casi tres décadas después, ya nadie en el Estado español cuestiona o discute la necesidad de un Comercio Justo. No sólo dentro del sector de la cooperación, donde se ha transformado en un sistema insustituible a la hora de identificar, planificar e implementar políticas de desarrollo sostenibles en el tiempo. También en el ámbito público, donde su labor de sensibilización e influencia ha logrado que las Administraciones Públicas implanten y fomenten cláusulas sociales y medioambientales en las políticas de contratación pública. Y dentro del sector privado, donde pequeñas, medianas y grandes empresas han ido adoptando criterios éticos y sociales a la hora de subcontratar, así como en la provisión de sus insumos y en la tipología de los productos que importan, elaboran y/o comercializan.
A marzo de 2017 IDEAS es una realidad consolidada, hemos dejado atrás la adolescencia, seguimos mirando el futuro con pasión pero asentados sobre mimbres mucho más firmes. La organización se ha transformado en un referente del movimiento de Comercio Justo y la Economía Social y Solidaria, ha ampliado sus capacidades y las fronteras de su intervención, se ha renovado y ha innovado, adaptándose a los desafíos que impuso el nuevo siglo. Y esto lo ha logrado sin perder sus señas de identidad, con las mismas ansias de revolucionar, con el mismo entusiasmo por transformar el entorno económico y social para construir un mundo más justo y sostenible.